En esta ocación os posteo una columna de Marc Vidal en Cotizalia. Además podéis visitar su blog http://www.marcvidal.cat/espanol/
Me parecen comentarios acertados, no apocalípticos, sino fruto de simples reflexiones que os aseguro todos somos capaces de ver. El asunto es asumir si de verdad queremos verlo o no.
Me siento plenamente identificado con Marc. No me hace sentir mejor saber que hay otra persona que piensa lo que pienso, pero si me hace sentir mejor saber que no estamos solos ante lo que se avecina.
Como siempre que cada uno extraiga sus propias conclusiones.
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"El miércoles pasado, recién llegado de Panamá, participé en el programa radiofónico de información general más seguido en Catalunya. Tras una media hora de entrevista y seguimiento de las informaciones que llegaban de Madrid acerca de la reunión entre patronal, sindicatos y Ministerio de Trabajo, me animaron a quedarme a la tertulia posterior.
Durante toda la segunda parte del programa compartí mesa con las típicas opiniones que se suelen enfrentar en este tipo de conversaciones. Los que ahora han descubierto lo mal que está todo, los que aseguran que aun estando mal, saldremos en breve, los que observan el asunto desde las alturas y los que nos acusan de “catastrofistas que no aportan nada” a los que seguimos descifrando la realidad económica minuciosamente todos los días. A todo ellos los respeto, pero con ninguno comparto nada. Especialmente me resultan empalagosos los que aseguran que la situación actual es el resultado de la fase final de la crisis, que era inevitable y que no pudo preverse. Nos acusan de reduccionistas al acusar a los gobernantes y de no presentar medidas que puedan paliar la situación.
Desde hace mucho, mi vida gira en torno de la estimulación de negocios, viabilizar proyectos y arrancar aventuras empresariales. Lo hago aquí o donde sea, no me paro, no pienso detenerme frente a un enorme castillo de naipes que se desmorona. Conozco decenas de personas con ideas suficientes para cambiar el mundo. El problema no es tanto si estamos o no aportando soluciones, no nos toca seguramente, ni tampoco si denunciamos o no a los estamentos superiores, cosa que, como ciudadano libre, pienso seguir haciendo hasta el día que no me quede una gota de oxígeno. El asunto es como se denuncia a los que denuncian. Lo grave es vivir todos los días con el estigma de ser un agorero que no acepta lo impensable de nuestro destino inminente. La gravedad de la situación actual era evitable y sí se pudo prever. A la tertuliana que dijo que la reducción del déficit era algo que se tiene que realizar inevitablemente pues era algo que nadie pudo pensar cuando se empezó a estimular la economía, le recomendé leer la hemeroteca de este mismo medio digital o los archivos de un buen puñado de blogs. Ya se denunció qué significaba actuar con tal retraso y qué variable ponía en marcha utilizar a Keynes sin control.
Ha llegado el momento de denunciar a los que han arruinado el futuro de mi hijo, los que ganaron premios suecos asegurando que ese era el mecanismo para evitar la recesión. Ahora toca despacharlos y dejarlos en evidencia. A los que no han tenido narices para evitar esto, gestionarlo adecuadamente o informar a la gente para que tomaran las riendas de su destino, no podemos ofrecerles el beneplácito ahora de comandar la salida de este laberinto.
A cada uno su oportunidad, el desastre no lo puede arreglar quien lo ha provocado, o como mínimo, lo ha amplificado. A mí no me toca dar soluciones, aunque las pueda aportar, a los pobres ciudadanos que tuvimos la decencia de denunciar la enorme bola de estiércol que algunos estaban fabricando, nos queda buscarnos una salida de emergencia. En la medida de lo posible, nos toca perder el menor tiempo para afrontar nuestra propia vida.
En menos de seis meses vivir en Europa va a ser un calvario. Sobrevivir en una España intervenida será un infierno. Sueldos a la baja, impuestos progresivos, aumento de sanciones administrativas hasta el ridículo, colectivos diferentes en protesta, aumento de paro, economía de mercado en parada técnica, administraciones en insolvencia, cajas simulando fusiones para alicatar a la valenciana sus boquetes con el fondo de rescate de entidades en quiebra, reducción de estímulos a la investigación y a la creación de un modelo de crecimiento amparado en las nuevas tecnologías, cierre de grandes empresas vinculadas a la obra pública y descapitalización del sector financiero por parte de depositarios foráneos y locales.
Ese listado es de todos conocido. Por eso, cuando alguien asegura que decir todo ello es ser catastrofista, entonces le acribillo a ideas, una detrás de otra. Ideas que me llevan a pelear contra todo eso, a buscar la oportunidad, a buscar valor, a diseñar modelos de negocio inexistentes, a versionar los que tengo, a darle la vuelta a la caja y dejar que caiga lo ineficiente, a pactar con mis socios, trabajadores, amigos, competencia, proveedores, universidades, administraciones, agentes, con quien sea para sobrevivir en este puñetero barrizal en el que se está convirtiendo emprender en España.
Llevo en crisis toda la vida. Lo he hecho sin quejarme. Emprender es estar en crisis constantemente, pues cuando tienes algo, lo inviertes, cuando por fin un proyecto está maduro, generas otro. Sin embargo no aceptaré bajo ningún concepto que alguien pretenda callarme, taparme la boca o condicionar mis críticas y avisos sobre la que se nos viene encima definitivamente y los responsables de su mala gestión, con la advertencia de que eso me convierte en “catastrofista” o en “el quinto jinete de la Apocalipsis”. Eso es una trampa, un cepo de mal tertuliano. Justifica y ampara a los que debieron hacer algo, permite que la gente siga en la inopia ahora que empieza el mundial que nos alejara de nuestra desdicha y empuja hacia una miserable oferta de recortes en las capacidades de cada uno de sentirse libre de decir lo que piensa.
Lecciones de moralina buenista las justas. Ahora que incluso los columnistas de todo signo se han dado cuenta que la crisis era algo real, que su envergadura era descomunal y que a lo que estamos abocados es a un cambio sistémico, algunos se dignan a criticar a los que denunciamos una hipocresía lírica de periodistas descolocados por la situación actual. Ahora ya parece que han encontrado justificación y amparo. La culpa es del liberalismo. Es de juguete, pero les sirve. Los que llevan años viviendo de un momio protogubernamental pretenden dar lecciones baratas de ética informativa.
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